Sabino comenzó a hacer ruido gracias a una serie de canciones que sacó, alejadas todas del sonido urbano de moda y en las que generó lecturas de la vida cotidiana ligeras, divertidas y con identidad mexicana. A finales del 2017 sacó su placa debut, Yo quería hacer rock, con la cual cimienta su reputación como un MC necesario para la sociedad actual: alguien que sabe leer nuestra idiosincrasia mental a través de canciones pop perfectamente bien hechas y que cuentan historias completas o hace una reflexión profunda sobre temas en específico, con un toque de humor y coros pegajosos. La mayor virtud de sus canciones es que todos cabemos en ellas. El rap para ser realmente bueno tiene que ser autobiográfico, y en Sabino se cumple a cabalidad este atributo: trae su rollo, que no es susceptible de imitaciones, y lo muestra sin complejos. Y apela a un público no rapero. Es el tipo de producto que gusta a quienes prefieren la música de guitarras o el pop o las baladas románticas y les cumple su cuota de hip hop. Una gran cantidad de gente dentro de la comunidad hip hop no lo respeta, o no le da el crédito que merece como artista. Y no hay gesto más elocuente para valorar el éxito de un rapero en México que este. Por eso incluso toda su propuesta evolucionó a un término específico que lo diferencia de los otros practicantes del género en el país: no hace Hip Hop, hace SabHop. Y no es un término surgido por capricho, sino de manera natural, por necesidad.