Lucas y Hernán se conocen desde hace décadas, y se autodefinen como trabajadores de la música. Compartieron diversos proyectos, grabaron en infinidad de discos, y desarrollaron una profunda búsqueda artística que les permitió construir una relación capaz de volverlos hermanos. En vivo, forjaron una identidad propia, llevando a cabo una propuesta que se nutre de su química desbordante. Se trata de presentaciones estrictamente profesionales y preparadas con antelación, en las que disfrutan de su enorme conexión escénica y aprovechan al máximo ese particular clima que se genera en sus shows. La posibilidad de experimentar situaciones impredecibles e incluso circunstancias absurdas es uno de los combustibles que mantienen su llama con vida. Una vez fueron contratados para tocar durante la inauguración de una tienda de ropa. El local estaba atiborrado de gente y el lugar que les asignaron era minúsculo. Fue luego de unas cuantas canciones que se dieron cuenta de que estaban en la vidriera, casi en exhibición junto a las prendas de vestir que se vendían en el negocio. Ellos cruzaron miradas cómplices, rieron por lo bajo y atribuyeron ese momento mágico a la comunión de la música. Allí nació Los Maniquíes, “como dos productores en búsqueda de la canción”.